
RAQUEL OLEA

ARTICULADORA DE UNA NUEVA PERSPECTIVA CRÍTICA EN LOS ESTUDIOS LITERARIOS EN CHILE
Primera entrevista a Raquel Olea (Parte I)
Raquel Olea nos saluda con amabilidad al otro lado de la pantalla. A dos años de iniciadas las cuarentenas por la pandemia de COVID19, la comunicación se sostiene gracias a la virtualidad de la vida a la que ya nos hemos acostumbrado. Conversamos sobre la historia personal de la crítica feminista, la historia anterior a convertirse en la Raquel Olea pública, más bien a la trayectoria de su formación. Olea se descubre como una mujer tardía —como ella misma dice—, que fue armando su caja de herramientas en el camino, desde la lectura, desde el deseo de hacer algo con el lenguaje. Una mujer que quiso enseñar no para repetir contenidos, sino para despertar conciencia. Que entendió, en la práctica, que la política también se encarna en lo íntimo, en los vínculos, en el gesto de leer a otras.
Esta entrevista se realizó el 8 de octubre del 2021 en el marco de la investigación patrocinada por la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile. La investigación tiene como responsable a la Profesora Doctora Romina Pistacchio y como Asistente de Investigación a Gabriela Alburquenque. Este proyecto busca rastrear los procesos a través de los cuales una serie de diversas y muy heterogéneas mujeres ingresaron, como estudiantes en los años sesenta, al campo intelectual chileno (específicamente al campo de la crítica y la investigación literarias) y, con sus trabajos, reflexiones, creaciones, escrituras y programas lo han modificado, enriquecido, ampliado, democratizado. La serie de preguntas que orientan este encuentro se enfocan en la experiencia personal de nuestra autora, pues reconocemos en ella la disposición de unas condiciones de posibilidad y unos modos de articular estrategias para inaugurar y practicar un trabajo intelectual que evidentemente implicará una transgresión a la gramática androcéntrica de la ciudad letrada. La entrevista que sigue, intenta desentrañar el programa crítico de Raquel Olea a partir de la (auto)identificación de sus herencias e influencias teóricas en la formulación del proyecto intelectual, la construcción de aparatos metodológicos y principales conceptos y los aportes y renovaciones al campo de la crítica y los estudios literarios en Chile, Latinoamérica y el mundo.
Romina Pistacchio (RP): Queremos empezar con que nos cuentes desde dónde aparece en su historia el que a la Raquel le guste la literatura. ¿Cómo se formó esa inclinación y fue construyéndose ese proceso de salir de las humanidades, del liceo para estudiar literatura ¿desde cuándo querías estudiar literatura?
Raquel Olea (RO): En el colegio yo no fui una niña seria. No era mala alumna, pero siempre algo que mantengo hasta hoy día, es que siempre he tenido o tuve una insatisfacción con el medio, con lo que pasaba en el colegio, con las alumnas, con lo que se enseñaba, me aburría un poco. Entonces, era una cabra que no prestaba mucha atención y era media desordenada, porque siempre estaba como incómoda, como inquieta. De hecho, yo estudié en un colegio de monjas. Mi familia era muy conservadora, tradicional, católica.
RP: ¿De Santiago?
RO: De Santiago, a pesar de que nosotros éramos del sur y habíamos vivido en el campo, en Arauco, que era un lugar donde mi papá tenía campo y trabajaba en el campo, y nos vinimos a Santiago justamente porque los niños tenían que tener una buena educación. Entonces, nos vinimos a Santiago y a las niñas nos pusieron en un colegio de monjas francesas, lo que es ahora el Campus Oriente. Para mí la entrada al colegio fue completamente traumática, yo no quería entrar al colegio, insulté a las monjas el primer día. Como eran monjas francesas yo les gritaba en el suelo “¡monjas, ustedes no saben ni hablar!”. Imagínate. Tanto fue así que una monja me pescó y me dijo “c’est enfant terrible”, “esta niña terrible” y me tiró para afuera. Mi mamá dice que estaba desesperada porque no sabía en qué colegio me iba a poner, en fin. Todo eso te lo cuento como una anécdota, pero yo siempre me sentí en el colegio así, no me sentí bien, me sentí diferente, no tenía muchas amigas y desarrollé esa cosa de niña desordenada.
No era mala alumna, era buena alumna, pero me echaron del colegio, y después de que me echaron estuve en un colegio chico donde lo único que me importaba era sentirme libre, pasarla bien, haber roto esa cosa de sentirme en las monjas tan castigada. Yo era una niña chica e iba casi todos los sábados castigada al colegio. Después de almuerzo tenía que ir de dos a cinco al colegio, castigada, pero muchas veces. Ese colegio era enorme, tenía que atravesar un pasillo hasta el final, porque estaba la clase de las niñas chicas al final, entonces, cuando a mí me echaron de ahí fue como una liberación maravillosa, maravillosa, maravillosa. Volví después del exilio a la Católica. Me acuerdo de una conferencia que organizó la Nelly Richard y esa era la capilla que estaba transformada en un salón de conferencia y yo entro a la capilla y encontré que eso era como una irreverencia: ¿cómo estábamos hablando allí de Foucault y de Baudrillard?
Entonces, yo cuando salí del colegio, después me fui a otro colegio chico donde la pasé bien. Yo no tengo la impresión de haber tenido una buena educación, de haber aprendido, de haber despertado curiosidad, de que me mostraron cosas interesantes, porque yo pienso que el catolicismo es lo más restrictivo que hay del pensamiento. Entonces, yo cuando salí del colegio realmente no tenía claridad de qué estudiar, de hecho, estuve dos años sin entrar a la Universidad.
RP: ¿Qué hacías ahí por mientras?
RO: Trabajaba en tonteras, cosas chicas, quería tener plata, propia mía. Entonces hice varias cosas que no tienen mucha importancia. Tenía una liebre, de repente repartía niños de colegio, estudié y entré a la escuela de canteros de la Universidad de Chile. Existía en ese tiempo una escuela de canteros que era parte de la facultad de artes y ahí se aprendía una especie de escultura en piedra, en cerámica. Eso estuve haciendo, una cosa muy típica de persona que no sabe su estilo. Después me demoré un tiempo en entrar en la Universidad y efectivamente lo que yo quería era estudiar Periodismo, porque me gustaba la Literatura y de niña siempre había sido buena lectora, eso sí. No digo que era una niña que leía desde los cinco años. Leí novelas, los autores que leía eran muchos autores norteamericanos, como Crooning, Pellback, no sé si recuerdan. En ese tiempo no existía el concepto de bestseller, pero era una literatura que no era buena literatura, pero era un poco exótica, que se refería a la India, un poco como estilo Madame Butterfly. Era una buena lectora. En mi casa había bastantes libros, mi mamá era una lectora, mi papá era una persona más culta en literatura española clásica, a pesar de que era un hombre práctico recitaba poemas de Quevedo, Góngora, de repente. Espronceda le gustaba. Esa fue la parte en la que yo podría pensar de mi infancia, entonces cuando entré en la Universidad, yo quería estudiar Periodismo, pero no quedé y entré a Literatura. Mira, todas las preguntas que ustedes hacen en relación con cómo era la Universidad, cuántas mujeres estudiaban ahí, yo la verdad es que si soy honesta, no las puedo contestar, no eran cosas de mi interés, no me fijé. Había bastantes mujeres en el curso, profesoras no muchas. Puedo decir que todos los ramos importantes los hacían hombres. La profesora de gramática, la señora Lidia Contreras era la esposa del profesor de gramática, que era don Ambrosio Rabanal. Después había una profesora que yo no la tuve, la gente que la conocía decía que era muy interesante, era la Mirna Sorotovesky, pero yo no la tuve a ella, sino a la Ana María Sanhueza, que era una “compañera clandestina” de Jorge Guzmán. Pero mira, todos los ramos importantes lo hacían profesores, y lo que tú preguntas aquí lo encuentro interesante, sí había líneas teóricas en pugna.
RP: ¿Entonces tú entraste a la Chile cuando era Pedagógico?
RO: Sí, cuando era Pedagógico. Nunca quise ni pensé entrar a estudiar en la Católica.
RP: ¿Influenciada por esa misma situación de tu experiencia de niña con el catolicismo?
RO: Claro, yo en ese tiempo ya no era católica, había dejado de ir a misa. Eran los inicios de la UP. Yo entré a la universidad el 69.
RP.: ¿Cómo era ese mundo universitario para ti?
RO: Mira, yo te diría Romina que en ese tiempo el gran imaginario era político, la política de izquierda y la posibilidad de transformar la sociedad. En esa época yo no recuerdo e incluso me han pedido artículos sobre el feminismo en la Unidad Popular: no hubo feminismo. Yo creo que es una construcción, una ficción imaginar en esa época feminismo, ni siquiera incipiencia de feminismo. El gran imaginario era la Unidad Popular, y la gran demanda era la militancia política, había que militar. Yo nunca milité, nunca milité porque nunca quise tener líneas de acción, líneas de conducta. Nunca. Yo había desarrollado en mi vida una especie de rebeldía y de resistencia a cualquier mandato. Entonces, si bien poco a poco me fui haciendo una persona de izquierda, nunca milité. Y si hubiera militado creo que hubiera militado en el MIR donde tenía algunas amigas, pero también tenía otras amigas comunistas, alguna demócrata cristiana, pero menos. Y las demócratas cristianas que llegaban a la Universidad, prontamente se transformaban a la izquierda.

Sabes una cosa, a pesar de que yo era una persona retirada de todos esos campos, había una cosa fascinante, una cosa muy extática, como la expectativa de otro mundo, porque también en el Pedagógico, para una chiquilla de clase media acomodada, como era yo, era conectarse con una realidad que tú no conocías. Yo tenía compañeros que eran de origen muy humilde, que venían de muy lejos de Santiago, que se quedaban todo el día en el Pedagógico porque no podían volver a sus casas. Entonces, también tú empezabas a ver una realidad que estaba oculta. Imagínate, era una época donde aparecía Víctor Jara, Quilapayún, Violeta Parra, era un mundo que te mostraba una realidad, no de la manera de ahora, te lo mostraba de una manera posible. Era una utopía. Entonces, si bien yo participaba de todo eso, pero más imaginariamente, te fijas, no era una chiquilla que iba a trabajos voluntarios, al contrario, tenía una cosa media crítica. Me acuerdo que Ariel Dorfman de repente hacía clases en las poblaciones y yo lo encontraba… no me gustaba, lo encontraba una provocación, no me parecían bien ese tipo de cosas.
Pero la que me interesó de las preguntas que tú me haces es aquella sobre las líneas o facciones ideológicas en pugna en el Departamento. Eso me parece interesante, aunque en ese momento la única manera de pensar era que eras de izquierda o de derecha, conservador o no conservador. Entonces claro, estaban los profesores jóvenes como Ariel Dorfman, Antonio Skármeta, que eran muy ideologizados, o sea yo los veo ahora como profesores muy ideologizados.
RP: ¿De verdad?¿cómo ves eso ahora?
RO: Sí. Por ejemplo, me acuerdo de clases de Ariel Dorfman en que… mira, había dos profesores que hacían clases del Quijote: Guzmán y Dorfman. Guzmán no estaba cuando yo entré, pero la gente que tuvo clases con él dice que era una maravilla de profesor, un tipo que miraba la tradición y, en cambio, Ariel Dorfman analizaba las relaciones de producción en el Quijote. Ese era el esquema de los profesores más de izquierda, marxista, era sobre las cuestiones de producción y lucha de clases en la literatura. Mira, yo me acuerdo de haber tenido un profesor muy inteligente que decía que Huidobro no podía ser buen poeta porque era de la clase alta. Te fijas. Para mí esas cuestiones…
RP: Pero si fuera por pertenecer a la clase alta, entonces, no habría casi arte en Chile.
RO: Bueno, pero ese pensamiento circulaba. Entonces había otros profesores como, por ejemplo, teóricamente había viejos profesores filólogos o procedentes de la filología, como don Antonio Dodis, Eladio García, no recuerdo más. También había profesores más formalistas, estructuralistas como Goic, que fue un gran formador. Y yo lo encontraba una lata a ese caballero, era un señor tan empaquetado, tan así, todo tenía que ser claro y preciso, te habla de esto de la construcción de verdades en la lectura, en la literatura. Teóricamente estaba Federico Schopf, también, que era un estructuralista muy estricto. Eso es lo que te podría decir, pero me parece interesante esa pregunta.
Entonces, sobre mi paso por la facultad: yo era una buena alumna, no maravillosa, pero estaba bien. Eso sí, se estudiaba mucha Literatura Española, mucha, teníamos muchos cursos de Literatura Española. Y la Literatura Hispanoamericana se venía a estudiar al final, al final del proceso de estudios. Y, bueno, al fin de la carrera para mí vino el golpe, entonces yo sentí que no alcancé a agarrar ese interés o desarrollarlo, a pesar de que ya algunos profesores nos empezaban a integrar. Ponte tú, había un profesor que me ofrecía que escribiera artículos como reseñas en un diario de la tarde. Pero vino el golpe. Vino el golpe, entonces yo había terminado mis estudios, pero no me había titulado.
RP: Habías terminado tus ramos.
RO: Claro, pero no había hecho ni tesis ni me había titulado, o sea me quedé con mis estudios incompletos. Entonces, bueno, se suspendió todo y yo en ese tiempo era pareja de Federico Schopf, él era comunista y se fue. Él se fue al exilio muy pronto después del golpe, creo que fue uno de los primeros chilenos que salió exiliado, porque tenía una familia. Se asiló en la embajada de Bélgica y tenía familia que era alemana y ellos le mandaron un pasaje, entonces pudo salir muy rápido. Y después, a finales de diciembre del año 73 yo me fui también a Alemania.
RP.: ¿Él te invitó a irte con él?
RO: Claro, si vivíamos juntos.
RP: Raquel, antes que pasemos a esa etapa, me interesó mucho eso que dijiste respecto a tu percepción objetiva de que en el Pedagógico se enseñaba mucha Literatura Española, y que solo en los últimos cursos había una pincelada de Literatura Latinoamericana. Me gustaría que nos hablaras más de aquello.
RO: No pincelada, pero eran los últimos cursos. Yo me acuerdo de que cuando uno llegaba quería estudiar y ver literatura latinoamericana, porque daba lata estar estudiando el Quijote y todo eso. Yo encuentro maravilloso haber tenido esa formación, pero uno como alumno lo que quería era estudiar… estaba recién salido del horno el boom. Eso era lo que queríamos.
RP: A eso quería ir. Entonces eso fue una expectativa incumplida. ¿Porque existía como una especie de efervescencia respecto, de eso que decías tú, de esa utopía, de lo nuestro, de lo que nosotros producimos, de lo que esta región ha producido en términos literarios, y estaba esa expectativa por estudiar ‘lo nuestro’, la cuestión latinoamericana? ¿De algún modo, el imaginario latinoamericanista de la revolución cubana, Casa de las Américas, etc., había entrado en la universidad también para crear esta expectativa con la producción literaria artística de la región? ¿O eso sucedía a nivel de estudiantes y no de profesores?
RO: Mira, en los profesores jóvenes también. Había un grupo de profesores jóvenes que hacían una diferencia con los mayores. Todos eran militantes de partidos políticos, todos estaban muy comprometidos con lo que estaba pasando, pero también la revolución cubana estaba mostrando algunas yayitas, me acuerdo que “el caso Padilla” fue un caso muy conversado en la universidad. Por ejemplo, Enrique Lihnn, que era muy amigo de Federico en ese tiempo, él había estado en Cuba, y había grandes discusiones sobre “el caso Padilla” y qué sé yo. Pero eso era una cosa públicamente muy de cenáculos. Yo, por lo menos, no recuerdo en mi caso haber participado muy activamente de eso, no recuerdo. Yo me acuerdo de que sí leíamos lo que se estaba escribiendo. Me acuerdo de una vez haber ido a la Librería Universitaria. Tenía una plata y me compré un paquete de varios libros, con todos los autores. En ese tiempo era todo muy diferente, Romina, no existía… nosotros los estudiantes no teníamos dinero, no había el consumo que había ahora, no se compraba tanto. Comprarse un paquetón de libros era extraordinario, una gran cosa, pero eso yo lo hice cuando estaba en segundo año.
Bueno, en fin, yo creo que el currículum era muy cronológico, entonces veníamos a estudiar literatura latinoamericana en cuarto y en quinto, en los últimos años. El interés personal, o lo que pasaba en el medio, era lo que se leía, pero yo por lo menos no participé de esa discusión. Yo creo que eso vino mucho después del golpe, yo creo que la experiencia del golpe y la brutalidad del golpe despertó esa pregunta ¿quiénes somos nosotros para que en Chile nos suceda esto? A pesar de que esa pregunta por la identidad ya estaba en García Márquez, incluso el boom recuperó autores de mucho más atrás, como Miguel Ángel Asturias, qué sé yo, u otros autores del XIX. Sí, pero yo no lo recuerdo como una pregunta que a mí me marcara la vida.
RP: ¿Y en ese momento cuáles eran tus preguntas o qué disfrutabas de la facultad, pero también de los estudios, de los cursos que tomabas? ¿Qué era aquello que tú decías “voy a ir a esta clase, qué increíble, quiero meterme en este mundo”? ¿Cuáles eran tus preguntas propias?
RO: Parece que no tenía preguntas propias. Yo no tenía muchas preguntas, fíjate. A mí me gustaba mucho la literatura y yo leía mucho. Yo lo que sí recuerdo es haber hecho un desvío de la literatura europea a la literatura latinoamericana. O sea, lo que tú dices, la pregunta por lo nuestro, sí, eso sí, pero no como una pasión, todo eso lo desarrollé en el exilio. Antes, yo sí lo que tenía era un deseo y una convicción de que a través de la enseñanza de la literatura uno podía despertar conciencia en los estudiantes, podía cambiar el mundo. Eso lo sentí mucho, por ejemplo, cuando fui a hacer mi práctica, porque yo alcancé a hacer práctica en el liceo Darío Salas. Los estudiantes eran maravillosos. Esos chicos eran bien politizados, tan comprometidos que eso me pareció maravilloso y motivó mi deseo de seguir con la literatura, aunque yo nunca quise ser profesora de literatura, yo quería ser crítica literaria, desde muy temprano quería eso. Eso es lo que yo recuerdo.
RP: ¿Y por qué crítica literaria? ¿Cuáles eran tus referentes al decir “yo quiero ser crítica literaria”? ¿Cómo quién o cómo sabías que uno podía vivir siendo crítica literaria? ¿Qué era lo que tú pensabas hacer o lo que se hacía ejercitando esa labor?
RO: Yo todo eso lo vivía con mucha ingenuidad, yo no lo pensaba tanto. Yo quería ser crítica, yo no pensaba si iba o no iba a vivir de eso, porque era lo que me gustaba. Yo todavía vivía en la casa de mis padres, te fijas. Entonces, yo en ese tiempo no era una persona con mucha intensidad, por decirlo así, en el sentido de preguntas intelectuales, etcétera. Como que yo vivía en el devenir de lo que fuera pasando. No sabía si después iba a seguir estudiando o me iba a ir para algún lado, a lo mejor me iba a casar, no sabía. Vivía un poco al día, no tenía grandes proyectos.
Cuando tú me preguntas por críticas literarias (de referentes), tampoco, tampoco sé los referentes en el país en ese momento. Bueno, nunca he querido ser crítica literaria ‘como’ alguien. He ido buscando, armando mi caja de instrumentos con ciertos lenguajes que sí me han fascinado posteriormente, pero no en ese tiempo. Yo soy tardía, yo soy una mujer tardía, no fui una niña que leyó mucho ni una adolescente demasiado comprometida. No. Yo soy una mujer más tardía. Pero sí, en ese tiempo, yo estaba en el proceso de constituirme a mí como sujeto, de salir de todo ese ambiente familiar, tradicional, católico de buscar mi propia libertad individual. En ese sentido, uno podría decir que lo que a mí me convocaba en ese momento, en términos intelectuales, era el existencialismo. Era Simone de Beauvoir, Françoise Sagan, leía también a las autoras chilenas que en esa época publicaban novelas de ese tipo, como la María Elena Gertner.
RP: ¿Era a las mujeres a quienes que tú preferías, por ejemplo? ¿En el caso del existencialismo no a Jean Paul Sartre sino a de Beauvoir? ¿Había una huella allí de tus elecciones ético-estéticas posteriores?
RO: Sí, pero no consciente, yo no tenía una consciencia. Por eso te digo fui, hasta el momento del golpe, yo te diría, una niña rebelde, pero sin un anclaje.
RP: Sin a prioris ni direcciones, necesariamente.
RO: Claro, exactamente. Yo creo que eso es lo más honesto que te puedo decir. Yo tenía un novio en ese tiempo que era existencialista, pero a rabiar. Era un chico que tenía una madre completamente loca que vivía sentada en una cama fumando y tenían una vida muy desarmada. Y él era aislado del mundo, rebelde. Como esa era mi onda, por ahí me movía. Tenía un lado un poco frívolo. También tenía un lado un poco frívolo, yo estaba como en el proceso de constituir mi individuación y, si bien la política favorecía esa libertad y yo estaba fascinada con lo que pasaba, no me reconozco habiendo tenido una dirección, con una intensidad, con un trabajo. No lo reconozco. A lo mejor si me hubiera hecho un psicoanálisis te podría contestar.
RP: Oye Raquel, me gustó eso que dijiste sobre la construcción de tu individualidad respecto de salir de la casa, del domicilio familiar ¿Cómo era esa relación? ¿Qué decía tu familia respecto a tus estudios? Tu ibas al pedagógico donde se vivía una situación de efervescencia política, no sólo fascinante, sino que a veces incluso para algunas familias conservadoras, peligrosa o compleja. ¿Cómo era tu situación familiar en ese momento?
RO: Yo tuve unos padres maravillosos. Mi papá y mi mamá tampoco tenían un proyecto cultural o ideológico, pero para ellos el amor por sus hijos era aceptar lo que ellos quisieran o decidieran con su vida. Y si bien yo creo que ellos sufrieron bastante en silencio con todas mis opciones, nunca dejaron de apoyarme. Después yo me fui a vivir con Federico Schopf, era un hombre que cuando yo lo conocí estaba todavía casado, me fui a vivir con él y era comunista, con el pelo largo, era maleducado, lo peor. Incluso, después del golpe nosotros vivíamos en una torre de San Borja que allanaban todos los días y por eso nos tuvimos que ir a vivir aquí en mi casa y mis padres lo aceptaron y lo recibieron. Yo sé que para ellos eso debió haber sido algo bien doloroso, porque eran personas muy católicas, en un buen sentido, te diría yo, eran personas con bastante sentido social, como católicos, pero ellos siempre me apoyaron en todo. Siempre me aceptaron. Si bien yo quizás tenía una culpa interna, jamás tuve problemas así concretos.
RP: Me gustaría que nos contaras más sobre ese proceso final de tus estudios que fueron interrumpidos, o lo que tú reconoces como una suspensión, una intervención del golpe en tu proceso de estudiar literatura. No sé si nos querrías contar sobre ese momento, me imagino que… no sé, quizás lo estoy viendo sólo desde mi punto de vista, pero pienso que es bastante traumático y frustrante que suceda eso, en lo interno, personal y en lo social. Y sobre tu pronta salida de Chile, porque al poco tiempo del golpe Federico se fue y después tú viajaste a Alemania.
RO: Mira, lo que pasó con el golpe fue… Más que una interrupción fue un corte radical en la vida cotidiana. En ese momento yo vivía con Federico Schopf y él era comunista, eso no era inocuo. No sé, era una sensación… Las cosas se sabían por oído, estoy hablando de muy al principio después del golpe. Era terrible, pero no sé, yo no tengo como un relato de esa experiencia, no tengo un relato en mi interioridad de esa experiencia. Creo que tiene que ver un poco con una manera de ser. Yo le pongo el hombro a las cosas y cuando algo pasa así como que me entrego un poco al devenir de lo que va sucediendo. Debo reconocer que yo no tuve ninguna experiencia negativa, terrible, fuerte. Una sola vez pasó que fuimos a comprar y cuando volvimos al edificio, estaba el edificio entero acordonado y vimos cómo llevaban en una micro a muchas personas que nosotros conocíamos, entonces nosotros de ahí dijimos “tenemos que salir de esta casa”. De ahí nosotros salimos de ese edificio y nos fuimos a la casa de mis padres, el departamento quedó desocupado. En ese edificio vivían muchas personas importantes de la Unidad Popular, vivía el director de investigaciones que era el Coco Paredes, vivía el ministro de economía, pero yo eso todo lo… cuando uno está… yo no sé cómo reaccionan otras personas, pero yo creo que cuando se está en una contingencia, tú te entregas al devenir de manera de ir sobreviviendo, de ir pasando los obstáculos. Yo no soy una persona que llore, que dramatice demasiado las situaciones de la vida, sino que digo “vamos echando pa’lante”.
Yo siempre digo… para mí es muy de mi manera de ser, yo tengo esa manera de ser porque yo viví de niña en el campo. Porque en el campo tú vives en un ritmo y en una entrega a un tiempo que tú no controlas, que es el tiempo de la naturaleza. Yo tengo mucha experiencia de niña que de repente llueve, porque en esos tiempos llovía y llovía en el sur, y tú no puedes salir de la casa, esperas que pase y descubres modos de ir funcionando. Eso es muy propio de mi manera de ser. Entonces yo no recuerdo en mis experiencia personal todo esto como algo que me haya derrumbado, no. Vamos viviendo día a día. Bueno uno vivía cosas tremendas, me acuerdo de haber encontrado en la calle, porque salíamos mucho, a un estudiante que decía “pero si Allende está vivo, ayer lo vieron allá, allá está escondido”. Lo decían con tal convicción… Los milicos cerraron todo, toda la información, todas las radios. Salvo los bandos militares no se sabía nada, la gente se dispersó. Entonces, todo era rumores, cosas así. Yo me acuerdo de haber andado mucho en la calle con Federico.
Entonces, también, muchos se estaban asilando, entonces la pregunta era “¿dónde estaban recibiendo gente?”, me acuerdo de Enrique Lihn en la embajada de Argentina, que el otro había estado en la embajada de no sé dónde, qué sé yo.
RP: ¿Y a esas informaciones tenían acceso sobre todo moviéndose en la calle?
RO: Claro. Yo no era militante de partido, yo me imagino que los militantes de partido o la gente que tenía otros vínculos quizás estaban preparados para que esto sucediera. Yo como que me entregué a ir solucionando los problemas. Bueno, y así fue como me fui de Chile.
Bueno, porque frente a todas las cuestiones que pasaron y de los sufrimientos de las personas, porque, claro, después uno se fue enterando de las desapariciones de las personas. No sé qué iba a decir… Incluso yo sentía…
Cuando Federico se fue de Chile y yo decidí irme con él, -en ese sentido yo soy una mujer muy tradicional, que se fue acompañando al compañero-, yo tenía una cierta sensación de liberarme de las presiones familiares.
RP: ¿Con esa salida, con ese exilio?
RO: Claro, con esa salida, porque la familia en Chile siempre ejerce presiones, ejerce presiones sobre tu vida privada. Lo que tú me preguntabas: en qué vas a trabajar y te vas a casar y vas a tener hijos. Ya era una mujer grande, no era una niña, tenía 27 años, entonces yo me fui con una cierta sensación de liberación también, bueno, y eso fue. Para mí, mi proceso de encuentro, de un camino de emancipación real fue el exilio. Creo que allí… a pesar de que yo como persona no tenía el estatus de exiliada, yo me fui libremente, no tuve ningún problema de nada, yo tenía una hermana que vivía en Inglaterra y mi hermana me mandó un pasaje, porque yo no tenía plata y me fui primero a Inglaterra.
Yo siempre digo que las dos pasiones que tengo en mi vida son el feminismo y la literatura, pero eso comenzó de adulta. Eso comenzó en la experiencia del exilio.
RP: ¿Y cómo fuiste introduciéndote en el feminismo? Porque bueno, en la literatura llevabas un terreno ganado. Habías estudiado tu carrera ¿pero el feminismo, ¿cómo lo fuiste conociendo? Además, estudiaste en el extranjero ¿cómo fue todo ese proceso de vivir afuera y de estudiar en otro país?
RO: Llegué a Alemania y la primera urgencia que yo tenía era la de terminar mis estudios. En Alemania hubo una gran solidaridad con la recepción de los chilenos, Federico inmediatamente tuvo un trabajo en Frankfurt, entonces nos fuimos a Frankfurt y yo empecé a hacer todos mis trámites, viendo la posibilidad de buscar cómo yo podía continuar mis estudios.
RP: ¿Tú hablabas alemán?
RO: Nada. No había escuchando en mi vida ni siquiera decir “guten tag”. Por otro lado, y yo creo que esto fue muy importante, está la experiencia de vivir la vida de una mujer con compañero, con hijos y empezar a experimentar el machismo. La carga emocional, social que significa hacerte cargo de un entorno familiar para el que uno no está preparada. Porque eso sí, eso sí, yo era una mujer que quería hacer muchas cosas, yo siempre fui así. Siempre quería viajar, siempre quería estudiar, siempre quería hacer cosas. Entonces esa fue mi experiencia, fue muy importante para mí la experiencia personal, emocional de ser mujer.
RP: ¿Y migrante?
RO: El concepto de migrante es muy distinto al concepto de exiliado, es otra cosa. El concepto de migrante es un concepto muy actual, te diría yo, que en ese tiempo no se manejaba, pero sí existía el estatus social de exiliado que la sociedad alemana conocía, manejaba en las oficinas públicas, en la universidad, etcétera, porque había muchos exiliados políticos de otros países. De Uruguay, de Argentina, etcétera, entonces era un estatus. El emigrante en Alemania era el emigrante de los países pobres del sur que venían a trabajar y tampoco se llamaban migrantes, se llamaban “trabajadores invitados”. Chiquillas, nosotros nos fuimos el 73’, hacía 20 años recién que había terminado la guerra mundial. Si uno lo piensa, nosotros llevamos 40, 50 años del golpe. Nosotros llegamos a Europa a un mundo de posguerra, sin tener ninguna conciencia de eso. Llegamos a la sociedad de consumo, de capitalismo, pero de la posguerra. Yo tuve amigas que me contaban que habían vivido la experiencia de ver un mendigo que llegaba a la puerta de su casa y era su padre que había vuelto de la guerra. Yo tuve amigas que tenían el trauma de que su madre… que ellas eran hijas de un nazi. Era un mundo de posguerra. Uno viene a tener conciencia de eso ahora y nosotros llegamos en el año 74 a Alemania y la guerra había terminado el 45, el 46. Imagínate lo que era aquí veinte años recién después del golpe, todavía estaba Pinochet, estaba todo presente. En Alemania no había habido aún un proceso de desnazificación, estaba muy incipiente. En ese momento estaban dando en Alemania una película en la televisión, que no recuerdo cómo se llamaba y puso en escena fundamentalmente el cómo la ciudadanía alemana se había hecho la loca con lo que estaba pasando en los campos de concentración. Eso despertó las preguntas. ¡Papá tú qué hiciste? ¿Dónde estaban ustedes? Hubo suicidios. Era el cine de Fassbinder, que Fassbinder anunció todo lo que fue las especulaciones del suelo, se le acusó de antisemita por eso. Había toda esa amalgama de interrogantes culturales que hacían de Alemania un país que nosotros como chilenos exiliados, no lográbamos captar. Porque Alemania, acuérdense que después de la guerra hubo el famoso plan Marshall, que hubo miles de millones para levantar al país, entonces Alemania trajo obreros de los países pobres de Europa, eran griegos, eran españoles y eran fundamentalmente turcos.
Entonces, el concepto de migrante no existía, no se manejaba de la manera de ahora. Por otro lado, había muchos exiliados sudamericanos, que tenían un estatus distinto, porque casi todos eran gente joven, estudiantes y perseguidos políticos. A ese mundo llegamos nosotros, pero sin tener consciencia de esa experiencia histórica que vivía Alemania.
RP: Sí, perdón, yo naturalicé el concepto de migrante como si siempre se hubiese usado del mismo modo. Como bien tú dices es un concepto muy intervenido por el contexto y hoy en día se ocupa con flexibilidad, pero, más bien a lo que yo me quería referir era a esa experiencia de sentirse fuera de lugar, por eso que use la categoría. Además si a eso agregas lo que tú dices, esa experiencia de extrajería pero además con hijes, sin redes de apoyo…
R.O: Sin hijos, todavía sin hijos en el comienzo.
R.P: Yo le quería agregar un ingrediente a esa experiencia, que era el ingrediente de “ser extranjera”, esa situación de indefensión, de no hablar el idioma y estar viviendo toda esa experiencia de, si bien entiendo, otro escalón en el proceso de individualizarte. ¿Cómo esa experiencia de la extranjería te afectó, te construyó?
R.O: Yo lo nombro así, exactamente como extrañeza, extranjería: no tener raíces, no poder dar señas de identidad. No poder dar señas de identidad. Yo eso lo viví con mucha fuerza y un sensación de indefensión, porque los alemanes son personas… Yo hacía siempre una distinción: por ejemplo, yo tenía una hermana que vivía en Inglaterra y los ingleses a la gente de la calle, los alemanes todo al revés. Los más educados son personas abiertas, son personas que te acogen, pero el alemán de la calle es un tipo que te trata totalmente mal. Porque ellos estaban viviendo la experiencia de recibir muchos extranjeros, sobre todo que venían de Turquía, y se percibía una resistencia a la llegada masiva de personas de otros países. Eso pasaba, pero, al contrario, funcionó una solidaridad muy maravillosa con los exiliados, sobre todo con los estudiantes, entonces nosotros rápidamente tuvimos amigos que te ayudaban. A mí me ayudaron a aprender el idioma, te acompañaban a hacer los trámites… Yo tampoco soy una persona muy sociable, entonces yo vivía bastante para adentro en ese tiempo, porque además nosotros no vivíamos en los lugares donde vivían los chilenos, ponte tú en la Villa Frei, en edificios donde vivían puros chilenos. Además, había otro componente, los chilenos sentían mucha desconfianza de las personas que no eran militantes del partido, y yo no era militante de partido. Entonces, yo vivía allí una experiencia de mucha soledad, salvo por unas incipientes amigas alemanas que conocí alrededor de la universidad.
El partido comunista estaba proscrito en Alemania en ese tiempo. Incluso me acuerdo de que en la universidad había una secretaria que había sido comunista y recién se integraba al trabajo porque su partido dejaba de estar proscripto, y ella había padecido esa situación de no poder trabajar, porque los comunistas no podían trabajar en espacios públicos. Entonces, eso sí que fue una experiencia muy solitaria para mí y muy fuerte, empezar a sentirte extraña, extranjera, no poder dar señas de identidad. Yo era la Raquel Olea porque tenía dos ojos, dos piernas, pero nada más. Me acuerdo de que Pepe Donoso, que era amigo de nosotros, decía: “aquí hay que estar mostrando el currículum todo el día para que sepan quién eres”. Uno en Chile está tan acostumbrado a las identificaciones a partir de dónde estudiaste: estudiaste aquí o en la Chile, dónde vives, hay un conocimiento de la sociedad y yo me imagino que para los alemanes, los franceses será lo mismo, me entiendes. Pero, hay una identificación que se da casi per se, para bien o para mal. Pero allá no, eso fue muy duro, porque se da con el no hablar la lengua. Yo me acuerdo de que una vez llegué a una farmacia y yo trataba de explicarle a la vendedora que quería un parche curita. Me encontré como una especie de efigie, muda, que no me daba ninguna especie de ayuda para descubrir lo que yo quería. Entonces muchas experiencias así, de soledad, de extrañeza, de dureza y también gente muy amable. Todo eso en medio de hacer mucho trámite, yo preocupada de entrar a la universidad, en esos planos tú encontrabas gente que te trataba de ayudar mucho. Yo conocí a una mujer que me decía “yo te voy a ayudar a tratar de conseguir una beca”.
La otra cosa que fue muy importante fue empezar a hacer grupos de mujeres, eso empezó muy temprano.
R.P: ¿Pre-establecidos, o formales o espontáneos?
R.O: No, estos nosotros los formábamos. Muchos otros de esos grupos eran intervenidos por los partidos políticos para ser controlados, entonces había pugnas que yo intuía, pero no participaba de ellas. Por ejemplo, yo conocí a una psicóloga chilena que tenía un grupo y estaba formando un centro de atención a chilenos, había muchas personas con problemas psicológicos. Ahí yo empecé a orientarme al mundo de las mujeres porque los chilenos hombres no me gustaban, eran unos tipos arrogantes, que se creían revolucionarios, eran unos imbéciles, eran hueones que se daban aires de militantes, de revolucionarios importantes.
Mira, qué curioso. Hay una cuestión que es muy interesante precisar para el caso de las mujeres. Yo estoy con unas compañeras tratando de empezar a escribir la historia de La Morada. Es maravilloso. Entonces nos remontamos al círculo de estudio de la mujer que se formó al principio de la dictadura y cómo todo este trabajo, esta solidaridad espontánea, de las ollas comunes, de buscar a los familiares presos, de la cesantía. Ahora todo eso está vinculado a los grupos de derechos humanos.. En esos tiempos no se llamaban grupos de derechos humanos, era una cuestión espontánea de solidaridad empujada por una experiencia de vida, de que si esas mujeres estaban muy complicadas porque los maridos no tenían plata, se hacía la olla común, etcétera. Entonces: ¿Cuánto la conceptualización le quita de vida a esas experiencias o el nombramiento reduce lo que surge de otro lugar, que es el afecto? Es maravilloso ese paso de la necesidad a la política. Hay una mujer que habla de la política de los afectos. Algo así pasó en el exilio, con esta psicóloga que trataba mujeres. Entonces de ahí se empezaron a armar grupos y yo inmediatamente quise armar un grupo de lectura. Ahí empezaron las preguntas: ¿por qué no hemos leído las mujeres? ¿de qué escriben las mujeres? Entonces ahí se unieron estas dos pasiones mías que ahí encontraron un camino claro. Nace de esa experiencia personal. Viendo la cuestión del feminismo, es que es maravilloso, no sé cómo la sociología chilena no ha mirado ese proceso de la formación del movimiento social de mujeres en el cual estaba el feminismo como una cuña, porque también siempre, y esto es una cuestión importante, han frenado la cuestión de las mujeres. Por eso era una cuestión muy importante en el feminismo de los primeros años en Chile la cuestión de las dobles militancias.